viernes, 22 de enero de 2010


DICEN QUE RECORDAR
para Priscilla Rivas-Loria

Habían acudido juntos a aquél hospital todos los miércoles de los últimos cinco años. Al principio, él se sentía bien e insistía en ir sólo, y ella tenía que luchar para que le dejase acompañarlo. Luego, poco a poco, a medida que la enfermedad progresaba y él se iba debilitando, comenzó a aceptar su compañía de mejor grado. [...]

Cuando el médico vino a verla a la sala de familiares, y le dijo que unos pocos minutos después de administrarle el ciclo, él había entrado en coma, y que, en opinión de todo el equipo, se trataba de un coma irreversible, ella no se alteró. [...] Tres semanas antes, otro médico les había dicho que, en su opinión, aún les quedaban varios meses por delante. - “De todos modos – había dicho mirándole a su marido con estudiada cautela – convendría que fueras dejando todo en orden”. Él respondió que tenía “todo en orden” desde hacía tiempo. A ella le sorprendió la naturalidad de la conversación. Uno nunca se ve a sí mismo hablando de estas cosas en estos términos.

Cuando el médico abandonó la sala de visitas ella fue hasta la habitación, y lo vio en coma y con los ojos abiertos, ya no pudo separarse de su lado.[...] No tenía puesto ningún gotero, ni había ningún monitor, ni estaba intubado. Aquella había sido su voluntad expresa al ingresar cuando, como cada uno de los tres miércoles anteriores, la enfermera encargada de rellenar el formulario le había preguntado que quería que le hicieran, o le dejaran de hacer, llegado el momento.

- Dejarme morir en paz- había sido su escueta respuesta.[..].

Recordó el cuidado con que, pese a estar desahuciado (o tal vez por eso), las enfermeras lo bañaron y lo asearon esa misma tarde, y sintió el olor de la crema hidratante con que le habían recubierto las zonas de roce con el colchón y las sábanas, y también, la cara, las axilas, los flancos, los dedos de los pies y las manos. Pensó en los millones de personas que, en circunstancias similares, no podían pagarse esa misma atención, esos mismos cuidados.

Esa noche ella habló con su padre. [...]Su padre empleaba gran parte de su tiempo libre (es decir, casi todo su tiempo) en ayudar a sus vecinos a prepararse para cuando llegara el momento
- No se irá si tu no le dejas ir – le explicó su padre – Y no bastará con que se lo digas. Habrás de desearlo en lo más profundo. De otro modo no te escuchará.
Ella pasó la noche del miércoles, y todo el día y toda la noche del jueves, recordando aquella conversación y buscando dentro de sí la energía suficiente para hacer lo que tenía que hacer. En el insomnio del jueves al viernes recordó un comentario antiguo de la trabajadora social asignada al caso. No podría repetir las palabras exactas pero tenían que ver con las similitudes entre los procesos de morir y de dar a luz. Y, también, con el que ayudar a bien morir puede ser tan importante para quien se va como para quien se queda. Reaparecido en ese momento, el comentario de aquella mujer experimentada y sensible servía sobre todo para remachar lo que le dijo su padre.
En la mañana del viernes pidió que la dejaran a solas con su marido, y se acercó a la cabecera de la cama con las piernas flojas y sin saber si podría hacerlo.[...]
Sentirse temporalmente vacía de memoria la estimuló. No dudó más. Se inclinó sobre la almohada, le asió la mano con fuerza y, en el mismo tono con que le reconvenía cuando él llegaba tarde a casa, o en el que, tras alguna travesura, reñía a su único hijo cuando era pequeño, le susurró al oído: - Te tienes que ir ¿me oyes? Te tienes que ir – Y luego, tras un breve respiro, añadió: - Espérame allá donde vayas. Más pronto o más tarde me reuniré contigo. Pero ahora, por favor: ¡Vete!
A continuación, se dio media vuelta y salió a toda prisa de la habitación, sin volverse a mirarlo.[...]

- Dicen que recordar es una cosa muy especial – murmuró para sí – Que uno no recuerda lo que quiere sino lo que puede.
Caminó por los pasillos hasta la habitación de su marido con la zozobra en el alma y segura de que lo encontraría como lo dejó. Sin embargo, lo encontró solo y muerto.
Mientras se preguntaba adónde habrían ido todos (médicos, enfermeras, familiares, amigos…) se acercó a la cama, comprobó la ausencia de respiración y de pulsos y, con un esfuerzo que se le antojó sobrehumano, le cerró los párpados. Luego se inclinó sobre su rostro y lo besó por última vez.
De pronto, sintió un escalofrío. Tímida, imperceptible, evaporada casi, sus labios detectaron en la mejilla de él la húmeda y salada huella de su última lágrima.

Alberto Infante Campos
(Incluido en el libro: “Dicen que recordar”, relatos, Ex Libris ediciones, Madrid 2004)

lunes, 18 de enero de 2010

TestAmEntO ViTal..

“Si por un instante Dios se olvidara de que soy una marioneta de trapo y me regalara un trozo de vida, posiblemente no diría todo lo que pienso, pero en definitiva pensaría todo lo que digo.

Daría valor a las cosas, no por lo que valen, sino por lo que significan.

Dormiría poco, soñaría más, entiendo que por cada minuto que cerramos los ojos, perdemos sesenta segundos de luz. Andaría cuando los demás se detienen, despertaría cuando los demás duermen. Escucharía cuando los demás hablan y cómo disfrutaría de un buen helado de chocolate!

Si Dios me obsequiara un trozo de vida, vestiría sencillo, me tiraría de bruces al sol, dejando descubierto, no solamente mi cuerpo, sino mi alma.

Dios mío si yo tuviera un corazón, escribiría mi odio sobre el hielo, y esperaría a que saliera el sol. Pintaría con un sueño de Van Gogh sobre las estrellas un poema de Benedetti, y una canción de Serrat sería la serenata que les ofrecería a la luna. Regaría con mis lágrimas las rosas, para sentir el dolor de sus espinas, y el encarnado beso de sus pétalos...

Dios mío, si yo tuviera un trozo de vida... No dejaría pasar un sólo día sin decirle a la gente que quiero, que la quiero. Convencería a cada mujer u hombre que son mis favoritos y viviría enamorado del amor.

A los hombres les probaría cuán equivocados están al pensar que dejan de enamorarse cuando envejecen, sin saber que envejecen cuando dejan de enamorarse! A un niño le daría alas, pero le dejaría que él solo aprendiese a volar. A los viejos les enseñaría que la muerte no llega con la vejez, sino con el olvido. Tantas cosas he aprendido de ustedes, los hombres... He aprendido que todo el mundo quiere vivir en la cima de la montaña, sin saber que la verdadera felicidad está en la forma de subir la escarpada. He aprendido que cuando un recién nacido aprieta con su pequeño puño, por primera vez, el dedo de su padre, lo tiene atrapado por siempre.

He aprendido que un hombre sólo tiene derecho a mirar a otro hacia abajo, cuando ha de ayudarle a levantarse. Son tantas cosas las que he podido aprender de ustedes, pero realmente de mucho no habrán de servir, porque cuando me guarden dentro de esa maleta, infelizmente me estaré muriendo.

Siempre di lo que sientes y haz lo que piensas. Si supiera que hoy fuera la última vez que te voy a ver dormir, te abrazaría fuertemente y rezaría al Señor para poder ser el guardián de tu alma. Si supiera que esta fuera la última vez que te vea salir por la puerta, te daría un abrazo, un beso y te llamaría de nuevo para darte más. Si supiera que esta fuera la última vez que voy a oír tu voz, grabaría cada una de tus palabras para poder oírlas una y otra vez indefinidamente. Si supiera que estos son los últimos minutos que te veo diría “te quiero” y no asumiría, tontamente, que ya lo sabes.

Siempre hay un mañana y la vida nos da otra oportunidad para hacer las cosas bien, pero por si me equivoco y hoy es todo lo que nos queda, me gustaría decirte cuanto te quiero, que nunca te olvidaré.

El mañana no le está asegurado a nadie, joven o viejo. Hoy puede ser la última vez que veas a los que amas. Por eso no esperes más, hazlo hoy, ya que si el mañana nunca llega, seguramente lamentarás el día que no tomaste tiempo para una sonrisa, un abrazo, un beso y que estuviste muy ocupado para concederles un último deseo. Mantén a los que amas cerca de ti, diles al oído lo mucho que los necesitas, quiérelos y trátalos bien, toma tiempo para decirles “lo siento”, “perdóname”, “por favor”, “gracias” y todas las palabras de amor que conoces.

Nadie te recordará por tus pensamientos secretos. Pide al Señor la fuerza y sabiduría para expresarlos. Demuestra a tus amigos cuanto te importan.”

Gabriel García Márquez.
(aunque no se sabe con total certeza y si es verdaderamente él el autor)
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