miércoles, 8 de abril de 2009

El médico de Noah Gordon. Rob junto a Bilal


"En una mesa baja, el enfermero había dejado tres granadas persas redondas como bolas, para que el chico las comiera por la noche. Rob las cogió y empezó a hacerlas girar de una en una, hasta que pasaban de mano en mano por encima de su cabeza. "Como en los viejos tiempos, Bilal." Ahora Rob era un malabarista con poca práctica, pero, tratándose de tres objetos, no tuvo dificultades y, además, hizo diversos trucos con la fruta. Los ojos del chico estaban tan redondos como los propios objetos voladores. —¡Lo que necesitamos es acompañamiento musical! No conocía ninguna canción persa, y quería encontrar algo vital. De su boca emergió la estridente canción de Barber sobre la muñeca. Tus ojos me acariciaron una vez, tus brazos me abrazan ahora.. Rodaremos juntos una y otra vez, así que no hagas juramentos vanos. No era una canción adecuada para que un niño muriera con ella en sus oídos, pero el mullah, que contemplaba incrédulo sus juegos de manos, proporcionó suficiente solemnidad y oración mientras Rob proporcionaba una pizca del goce de vivir. De todos modos, nadie podía entender aquellos versos, de modo que Rob no sería acusado de falta de respeto. Regaló a Bilal varios estribillos más, y luego vio cómo saltaba en una convulsión definitiva que arqueó su cuerpecillo. Sin dejar de cantar, Rob sintió el aleteo del pulso hasta que se esfumó en la nada en el cuello de Bilal. Rob le cerró los ojos, limpió el moco que le colgaba de la nariz, enderezó el cuerpo y lo lavó. Le ató con un trapo las mandíbulas y, por último, lo peinó. El mullah seguía con las piernas cruzadas, entonando el Corán. Sacaba chispas por los ojos: era capaz de rezar y odiar al mismo tiempo. Sin duda se quejaría de que el Dhimmi había cometido sacrilegio, pero Rob sabía que el informe omitiría que antes de morir Bilal había sonreído."

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